jueves, 3 de marzo de 2011

La muerte de Melina

*Alfredo Zurita
Este miércoles murió en el hospital Garrahan de Buenos Aires, Melina, una joven de 19 años con un cáncer terminal, que la había llevado a pesar 18 kg, que rogaba infructuosamente junto a su madre desde hacia semanas, que se la sedara para evitar dolores, cosa a la que los médicos se negaron, pues podría ser considerado una medida eutanásica activa que aceleraría la muerte. El caso ha sido abundantemente difundido por los medios nacionales desde hace días.

El Garrahan tiene antecedentes al respecto y ha sido sancionado en ocasiones anteriores por la justicia por negarse a retirar medidas de soporte vital a pacientes, (eutanasia pasiva). Pese al pedido de los padres con apoyo de la justicia, quizás la publicidad de este caso sirva para avivar el debate sobre muerte digna, un derecho que los pacientes casi no tienen en la actualidad, lo cual en muchos casos puede terminar siendo crueldad disfrazada de buenas intenciones o evasión del problema y la angustia que genera tomar decisiones en estos casos.

El problema se plantea desde que se dispone de medios de soporte vital, que permiten a pacientes terminales sobrevivir en condiciones que no eran posibles pocas décadas atrás, en las que el problema por tanto no existía.

Distintos factores contribuyen al problema, entre los cuales la ambigüedad legal sobre el tema crea una situación de temor entre los médicos que prefieren hacer de más y no de menos, para cubrirse de eventuales acusaciones de eutanasia activa o aun pasiva, aunque como en estos casos los pacientes y/o sus familias lo soliciten.

Los debates sobre aborto son ejemplificadores al respecto y muestran que es casi imposible en el ámbito publico realizar abortos, aunque la ley lo autorice por las repercusiones sociales, y aun la misma variabilidad de las decisiones judiciales.

Otro aspecto es que negar la muerte es un tabú de nuestros días, así como otrora se ocultaba el sexo. Muchos consideran insoportable asistir a la agonía de un familiar y prefieren ello ocurra en el ámbito quasi secreto de las unidades de cuidado intensivo y luego recibir el cadáver ya acondicionado por la empresa funeraria, eliminando las antiguas costumbres de hacerlo los mismos familiares. La muerte lo mas aseptizada posible, y cuya visión se evita ahora a los niños, que pueden por el contrario ver cuanto sexo transmitan los medios, en horarios de protección o fuera de el.

El medico, otrora autoridad incuestionada, a la que se consultaba incluso en temas ajenos a su profesión se convierte de mas en mas en un técnico, mediador de aparatología la que ahora reemplaza el dialogo con el paciente, el cual es considerado sin importancia y solo fuente de confusión.

Esto evita, además, al medico entrar en las emociones del paciente que consumen mucho tiempo e inevitablemente en las suyas propias, entre ellas el temor a la muerte frente al cual el médico se encuentra tan vulnerable como los demás, al no haberse obligado, mediante el dialogo con sus pacientes a reflexionar sobre la misma y la pertinencia de las medidas terapéuticas que puede utilizar. El encarnizamiento terapéutico es por tanto común, pese a las advertencias de la iglesia católica y otros credos como falto de ética.

La desvalorización misma de los ancianos en la cultura moderna, considerados de más en más simples desechos, que se depositan en geriátricos para esperar la muerte, de modo molesten lo menos posible a los jóvenes, alimenta la oposición por otra parte de instituciones civiles o religiosas de que la permisividad de medidas eutanasicas posibilite una política genocida con los ancianos, en un mundo donde la creciente reducción de la natalidad hara que cada vez haya menos jóvenes, para sostener a los ancianos, en geriátricos o en cuidado intensivo.

Se trata pues de un tema que debereriamos comenzar a discutir, con todas sus implicancias, para que puedan adoptarse en algún momento, medidas que eviten casos tan trágicos como el de Melina.

La medicina, hija de la filosofía, deberá además regresar a ella para encontrar respuestas al uso ciego de tecnología y plantearse frente a cada paciente luego de efectuado el diagnostico ¿vale la pena tratar? Los riesgos y costos en sufrimiento, económicos, etc para el paciente, su familia y la sociedad, compensan las ventajas que el tratamiento puede aportar? Los médicos lo hacíamos décadas atrás y en algunos casos evitábamos el tratamiento, lo que ahora es más difícil porque hay más tratamientos, más expectativas, más inseguridad jurídica, por lo que dejamos de hacerlo y se trata siempre -o casi siempre- sin pensar en todos estos aspectos.

“No hagas a los demás lo que no quisieras para ti mismo” es un precepto bíblico aplicable en estos casos, aunque trasladarlo a la practica será complejo por todas las dimensiones citadas. En el ínterin otras Melinas sufrirán, y quizás nosotros mismos.

*Profesor Titular de Salud Pública de la Facultad de Medicina UNNE

1 comentario:

fernando dijo...

que dios en el nombre de jesus tenga en la gloria a melina